La exposición nos muestra el paso, en estado puro, del realismo a la abstracción. Un paso que en Arte se produjo en apenas 25 años, y que es imposible que a nadie deje indiferente por lo radical que fue.
Si pensamos en la gente de esa época, imbuida en un proceso de cambio social, que muchas veces va unido al cultural, quizás lo vivieran como algo natural, algo que era propio del devenir y de la evolución que en esos tiempos, principios del siglo XX, se estaba dando. Hay que tener en cuenta que en un cuarto de siglo se pasó del Imperio Ruso, con toda la pomposidad y majestuosidad de los zares, a la rígida y recia, futura Unión Soviética…
Así vamos del realismo de Chagall, definido por sus características como lirismo poético, a la llamada extrema abstracción de K. Malévich... De un lado al otro del arcoíris, que siempre será sinónimo de Arte: pura y plena explosión de VIDA.
En la exposición se nos introduce al mundo de lo realista, de la mano de Marc Chagall, que aunque a algunas de sus figuras las pinte flotando sobre el suelo, de ahí lo de lirismo poético, es quien nos ata a lo que podemos reconocer…nuestro mundo, que aunque, a la sazón, es curiosamente un caos, es el que nos rodea, nos da confianza y la seguridad de existir…Nos agarramos a lo que vemos.
Lo abstracto, cuyo exponente es el último Malévich, nos muestra formas que no solemos encontrar en la realidad. Nos habla de un mundo, lleno de geometrías, volúmenes y manchas inconexas que nos lleva a evocar y a escapar a pasajes infinitos para lo espiritual, que sobrevolamos con el alma. Aunque las mayoría de las veces la falta de referentes en “lo concreto” nos deja con una sensación de escepticismo e incomprensión. Sólo entonces entendemos que a la abstracción nunca se llega por la vía de la lógica.
Aparte de por su elevado valor artístico, conviene visitarla para entender los cambios culturales que en una época, tan trascendental, se vivieron en todo el mundo, siempre, cómo no, poniéndonos en la piel de sus coetáneos para comprenderla mejor.