ARCHIVO DE PRENSA DEL TALLER MÚLTIPLE

Los menores de 34 años tendrían que cobrar el doble para poder comprar una vivienda

Los jóvenes españoles deberían tener un salario de 1.935,57 euros mensuales para que el coste hipotecario no superase el 30% de sus ingresos

Los jóvenes españoles tienen un acceso bastante restringido a la vivienda por dos motivos fundamentales: falta de capacidad de ahorro y unos salarios bajos. En la segunda de las razones, el Observatorio de Emancipación Juvenil del Consejo de la Juventud de España ha publicado este martes que los menores de 34 años tendrían que cobrar el doble para poder hacer frente al pago de la renta de la compra de una vivienda. Negro sobre blanco: pasar de los 961,03 euros de media actuales a los 1.935,57 euros al mes, según los datos del segundo semestre de 2019. Solo con este aumento podrían hacer frente a los costes sin destinar más del 30% de sus ingresos. Es decir, los jóvenes están a una distancia sideral de alcanzar una situación que facilite la adquisición de una casa. Existe tanta diferencia que resulta una quimera pensar que se pueda llegar en el medio plazo. Más si cabe con la dentellada económica que supondrá para el colectivo la crisis del coronavirus. En el caso del acceso al alquiler de vivienda la situación no es mejor: para los jóvenes de hasta 29 años, la renta del alquiler supone el 90,7% de su salario. En comunidades como Cataluña, Baleares y Madrid, este porcentaje se dispara y supera el 100%. Es decir, prácticamente imposibilita su emancipación por compra o alquiler de vivienda en solitario. La situación económica y la capacidad de vivir fuera del núcleo familiar de los menores de 34 años está en una encrucijada. Han llegado a 2020 con una retahíla de problemas sin resolver arrastrados desde la Gran Recesión y la crisis del coronavirus amenaza con complicar todavía más la situación de una generación muy castigada. En el caso del acceso a la vivienda, por una parte, resulta muy complicado con la capacidad de ahorro de la que disponen que puedan acumular alrededor del 20% del valor de la vivienda que no suele financiar la entidad bancaria. Esto supone, según el Observatorio, contar con unos ahorros de 47.104,8 euros de media. Es decir, una entrada de 4,1 veces su sueldo anual. “La compra de vivienda libre para una persona joven en solitario resulta inviable pues, para hacer frente al pago de la cuota hipotecaria, debería destinar el 60,4% de su sueldo neto, muy por encima del 30% que las entidades financieras suelen emplear como criterio para determinar la viabilidad de un préstamo hipotecario”, recoge el informe. Sobre el alquiler, añade que la situación empeora por la subida del precio de los últimos años, de ahí que la opción de compartir piso sea casi la única: “La opción menos costosa para las personas jóvenes que desean independizarse es la de compartir el alquiler de la vivienda con otras personas, que teóricamente podría costearse dedicando el 29,9% de su salario individual”, argumenta el Observatorio. De esta forma, ante la imposibilidad de comprar o alquilar en solitario, los jóvenes españoles que se quieran independizar tienen tres opciones: retrasar la decisión (la opción escogida por la mayoría), participar en un proceso de adjudicación de una vivienda protegida (aunque cada vez hay menos oferta) o buscar alternativas fuera del mercado. “Una de ellas consiste en ocupar viviendas cedidas por otras instituciones o personas, presumiblemente familiares cercanos. Como ya se advirtió en 2018, la tendencia sigue siendo ascendiente en las personas jóvenes emancipadas en viviendas cedidas, del 10,7% de 2017 al 12,2% actual”, completa el informe. De esta forma, ante la imposibilidad de acceder por medios propios, muchos jóvenes utilizan inmuebles de familiares para conseguir la ansiada independencia. Aunque esto solo está al alcance de aquellos con familia que posean propiedades a las que no le dan uso. Una brecha más entre clases sociales.

Bajo nivel de emancipación

Todo esto influye en que solo el 18,7% de la juventud española estuviese
emancipada a finales de 2019, a unos meses de entrar de lleno en la crisis
del coronavirus. Un crack económico que puede reabrir o hacer todavía
mayores la desigualdad y la situación precaria de los menores de 34 años.
Y reducir el porcentaje de jóvenes independientes.
De hecho, antes de la pandemia, uno de cada cinco jóvenes con trabajo se
encontraba en riesgo de pobreza y exclusión social, según el estudio. Esto
es consecuencia de las condiciones laborales y de los trabajos temporales
que abundan entre los menores de 34 años: de los jóvenes que trabajaban
a finales del año pasado, un 55,4% lo hacía en puestos temporales.
Además, estaban empleados en sectores como la hostelería o el turismo,
por lo que cabe esperar que el destrozo económico que deje el
coronavirus se deje sentir de manera especial en este colectivo. “Hay un
gran riesgo de pérdida de nuestros empleos en cuanto esta protección
acabe”, argumenta el Consejo de la Juventud.
A esto hay que añadirle contratos en prácticas o incluso en la economía
sumergida. “No puede acogerse a un expediente de regulación temporal
de empleo (ERTE) quien está en unas prácticas extracurriculares o incluso
quien trabaja sin contrato. Es un escenario, además, donde la búsqueda
de empleo se complica, al igual que la posibilidad de tener una primera
experiencia laboral”, ha destacado Manuel Ramos de la Rosa, presidente
del Consejo de la Juventud, en un comunicado en el que desliza una crítica
al Gobierno por dejar atrás al colectivo: “Muchas veces la realidad de las
personas jóvenes pasa por debajo del radar de las medidas generales”. En este sentido, ha reclamado un cambio en los programas y ayudas a la
compra o alquiler de vivienda. “Incluyen requisitos como contratos fijos de
trabajo o cierta permanencia que resultan inalcanzables para muchos
jóvenes. Por eso la edad media de emancipación en España se sitúa en los
29 años”, ha recordado.
Por todo ello, el Consejo de la Juventud reclama acciones de ayuda desde
las Administraciones. “No podemos permitirnos actuar igual que la última
vez. La juventud comenzó 2020 siendo precaria, pobre y dependiente, y
durante la pandemia ha sido el colectivo que más ha visto crecer su tasa
de paro, que más ha necesitado acogerse a ERTE”, recoge en su
manifiesto. Y reclama que se cese con el señalamiento del colectivo como
culpable de los rebrotes de coronavirus: “Nos preocupa que el
señalamiento que está habiendo sobre la juventud se construya sobre un
estereotipo más que sobre datos reales. Es muy peligroso inventar tópicos
y que estos se difundan en gran medida, pues pueden llegar a afectar
incluso a las medidas políticas que se tomen. Cuando se legisla sobre un
tópico en vez de legislar sobre la realidad nunca se consiguen medidas
útiles”, defiende Ramos de la Rosa.

Fuente, El País

Cómo contar ETA en la ficción: dilemas
narrativos, morales y de estilo

Abel García Roure, creador de ‘La línea invisible’, participa en
un seminario de terrorismo y narrativa y trabaja en un
documental sobre la primera muerta por terrorismo en el País
Vasco

Alguien hace una pregunta con las cortesías propias del lenguaje judicial y
le contesta una voz (un varón joven, aparentemente desafiante pero con
un matiz inseguro en su dicción) que dice «lo siento mucho, señoría, pero
no aceptamos la autoridad de este tribunal fascista», y entonces empieza
a cantar Eusko gudariak y lo que sigue es un barullo incomprensible que
dura unos segundos y después todo parece serenarse pero otra voz vuelve
con la canción, Eusko gudariak gara / Euskadi askatzeko,… «Somos los
guerreros vascos / para liberar Euskadi, / Estamos dispuestos a dar /
nuestra sangre por ella». Y vuelta con el caos. El sonido es precario porque la grabadora había entrado clandestinamente
en la sala, pero tiene la suficiente nitidez como para estremecer a
cualquiera que lo escuche. Quienes hablan y cantan y piden silencio a
gritos son los participantes en el Proceso de Burgos de 1970 y quien
quiera escucharlo sólo tiene que buscar el podcast de la serie La línea
invisible, de Movistar +. ¿La línea invisible tiene un podcast? Sí, y es para la
serie como el capítulo de notas al final de un libro académico. En vez de
estar dramatizado, se basa en entrevistas con supervivientes de los
primeros años de ETA.
«Gorka Landaburu dice que convendría leer el libro de ETA antes de darlo
por cerrado», explica Abel García Roure, creador de la idea de La línea
invisible. «Y la gran zona de incertidumbre sigue siendo su origen. El
terrorismo tiene que ver con la construcción de un relato. Deconstruirlo
desde el principio es exigible: encontrar las connotaciones y significados,
explorar en dilemas éticos, no dar nada por sabido…».
Hoy mismo, García Roure participa en Soria en un seminario del Centro
Memorial de las Víctimas del Terrorismo sobre narrativas en torno al
terrorismo. ¿Cómo elegir enfoque? ¿Cómo representar los casos
personales? ¿Cómo hacer juicios morales en conflictos duraderos en los
que la violencia circula de una dirección a la contraria? ¿Cómo
asumir visiones romantizadas como la de ETA en sus comienzos? ¿Cómo
considerar la reacción de una sociedad para la que el concepto de
terrorismo era nuevo? ¿Qué hacer con las personas que optaron por un
bando por una razón moral y, sin saber cómo, se vieron un día en el lado
malo de la violencia?
De eso, más o menos, iba La línea invisible, más que de la crónica de los
hechos. «Pero el rigor con los hechos es fundamental para nosotros»,
dice García Roure.
Volvamos al podcast. El detalle de que la voz del acusado suene un poco
frágil, como de crío que quiere pasar por un adulto, ¿a qué guionista se le
podría haber ocurrido? A ninguno. Después de escuchar material así, la
pregunta obvia es por qué gastar energía en crear una serie de ficción
dramatizada cuando la realidad es tan estremecedora. «Yo vengo del cine documental, pero no ignoro que la ficción tiene
ventajas evidentes. Permite sintetizar muy bien problemas y perspectivas
complejas», explica García Roure. «Cuando contratamos la serie, la
condición que tuvimos muy clara es que la narración tenía que ser muy
sobria, que no podíamos llenarla de los elementos propios de un género».
Nada de tramas amorosas, ni de trucos melodramáticos que enganchen a
los espectadores.
«El otro motivo para hacer una ficción es que existe muy poco material
audiovisual para sostener un documental», explica García Roure. Por
faltar, no sólo faltan filmaciones y fotografías, sino que ni siquiera existe
un libro que sea una historia más o menos de referencia para contar el
principio de ETA. «Hay visiones parciales, sobre todo escritas desde el
nacionalismo; no diría que sean sesgadas, pero sí que son de parte. Está el
libro de Gregorio Morán, españoles que dejaron de serlo (Planeta), que
habla de esos años entre otra mucha información… Y hay material
deshilachado por aquí y por allí».
De modo que no extraña que existan historias aún inciertas en las que
indagar, como la de Begoña Urroz, la niña de un año y medio que murió el
27 de junio de 1960 por una maleta bomba fabricada con ácido sulfúrico,
mezcla de clorato de potasio y azúcar que explotó en la consigna de la
estación de Amara, en San Sebastián. ¿Fue la primera muerte del
terrorismo nacionalista vasco? ¿O debe ser apuntada al DRIL, Directorio
Revolucionario Ibérico de Liberación?
Después de la primera temporada, quizá no la última, de La línea invisible,
García Roure trabaja en un documental sobre la muerte de Begoña Urroz,
un trabajo del que sólo explica que tiene un planteamiento
«detectivesco».
Mientras llega ese trabajo, el cineasta da una pista sobre otra serie que,
desde la dicción, aborda con buen ojo el terrorismo: Califato.

Fuente, El Mundo

12/8/2020

 
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